martes, 11 de mayo de 2010

NUNCA PUDE JUGAR CON LOS YANKEES

NUNCA PUDE JUGAR CON LOS YANKEES
Diablos, ahora que lo recuerdo bien, nunca pude jugar béisbol en Grandes Ligas...

Rael Salvador
rael_art@hotmail.com

“Vivir por la misma vida: amor, poesía y sabiduría”.
Edgar Morin.Octubre siempre es octubre. Sí, y eso me lastima. Por más que quise, nunca pude jugar con los Yankees... Diablos, ahora que lo recuerdo bien, nunca pude jugar béisbol en Grandes Ligas...
Un día a principios del frío otoño de 1978, los Yankees amanecían campeones de la División Este de la Liga Americana. La noche anterior, el “shortstop” de los bombarderos del Bronx había dado en el “hocico al perro” con un inolvidable palo de cuatro esquinas. Así Boston se despedía de sus aspiraciones y yo quedaba deslumbrado en el sillón verde de la sala por la habilidad incuestionable del señorito Bucky Dent.
--¡Amá -- le grité desde la televisión a mi progenitora--, ya me decidí, voy a jugar con los “Yankis”!
Tales eran mis exageraciones y así tomé el guante Rawling, garabateado de poemas, y me dirigí entusiasmado al campo de entrenamiento de la Termoeléctrica, cerca de mi barrio, el célebre Fraccionamiento California (cuna del Kirro, el Hombre del Tercer Ojo, El Tiburón Negro, Mario “Vargas” Llosa y la primera astronauta de Marte).
A los años siguientes, ya como jugador completo, estaba de parador en corto con un equipo de Primera Fuerza en la liga Industrial Comercial, a un paso de ser profesional, pues en ese tiempo los Padres de San Diego, a través los Potros de Tijuana, requerían de sangre joven para sus novenas. Humberto Aceves, lumbrera de los descampados y hermano de mi madre, me había dado la oportunidad para demostrar mi poderío y consolidar, no con mis puros deseos, mi escalada hacia los cuarteles de los mulos de Billy Martin.
--Tienes que meterle huevos-- me dijo, serio, entregándome ceremoniosamente el uniforme--. Si naciste para esto, como presumes, pronto lo sabremos...
Seguro, la admisión fue más para complacer a mi madre, que por dar a conocer al nuevo chico maravilla del infield. Ella prefería, supongo, un “Yanky” a un “Yonky”, y ante ese argumento no existía pariente que se negara o tío se opusiera. Ahí aprendí lo rudo del oficio y sus duros malabares, a tomar cerveza helada los domingos, a escuchar las confesiones lastimosas de los jugadores ebrios, además de las exaltaciones frustradas de los manager alcohólicos que no llegaron ni a “doble A”.
-- Soy el Resssggie Jaaaaaarrrrckson-- presumió en un eructo el cuarto Bat, olvidando placenteramente que entre semana ejercía el submundo de la mecánica chafa.
-- En lo prieto del culo...-- le reviró nuestro pichercito del moco, la Muñeca.
--Brrrrrrrr-- se derrumbó la Burra.
-- No presumas, Burro Cardín -- soltó el manager, con austera propiedad, como era su fatal costumbre--. Te pareces, sí, pero al prieto del Jackson five. Cinco pinches ponches en apenas dos encuentros, ¿quién lo puede creer?
--Brrrrrrrr-- se derrumbó de nuevo la Burra.
--¿Y no creen-- dije yo, para fildear la respuesta, gorra ladeada, cerveza en alto, sol de frente--, no creen que tengo la habilidad maestra de un... Bucky Dent?
Después de innumerables trabucos, descontando un par de Estatales inconclusos, y de las muchas derrotas del alma y los muchos fracasos del cuerpo, la mayoría de las “estrellitas” terminamos vagabundeando por los bares de “malamuerte” que nos ofrecía la madrugada; uniformados, terrosos, tambaleantes y haciendo rechinar el coraje gastado de los “spikes” en el cemento, exponiendo a las putas, sincera y reiteradamente, de que el día menos pensado nos llevarían a jugar a la pelota grande.

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