martes, 11 de mayo de 2010

CALIFORNIA "RASCALS" II

CALIFORNIA “RASCALS” II
Luces de New York o el hombre que me
enseñó a rezarle a los perros

Rael Salvador
rael_art@hotmail.com

“Ganamos, perdimos, igual nos divertimos”.
Niños de Calella de la Costa.Como todo hijo de profesor, en los años 70’s soñaba con ser jugador de Grandes Ligas…
Mi padre, tipo venido del sur, de La Paz, veía entusiasmado por la TV el Juego de la Semana y, por lo menos, dos veces por quincena viajaba a San Diego para ver a los Padres (sobre todo, cuando venía el tío Tili).
Al regreso de esos viajes, mi padre me traía el “casco” de los “sotanudos”, el banderín, café y amarillo, del “fraile barrigón y sonrisa ebria” y las “cartitas”, cientos de cartitas -- jugadores en sus impecables uniformes y en poses que muy pronto supimos imitar --, que yo compartía con mis amigos de la cuadra: el Marcelo, el Raúl, el Juanito, el Tejón, el Tom, el Javier, el Cocoy, el Luis...
Mi padre, que en aquel entonces daba clases en la II Ayuntamiento (Ahora “Petronila Sandez”), había dirigido novenas de béisbol -- en contra del Profr. Rascón --, en los circuitos escolares; equipos como “Charros” y “Rojos” dependieron de su atinado orgullo o su desatinado humor, para así arribar a la victoria o a la derrota…
-- Que, con creces, esta última también se consigue -- me comentó alguna vez, como manejador, Humberto Aceves.
En ese ambiente, de imágenes galantes, de guantes polvorientos y almohadillas raídas, bates astillados, todos metidos en un costal contaminado por la cal, fui bautizado como una jovencísima promesa del béisbol en los chuecos campos de Ensenada, y que el día menos pensado jugaría para los “Mulos” de Manhattan, bajo los designios de Billy Martin, en la cuadra más envidiada de todos los tiempos, la de los “Bombarderos del Bronx”, los temibles Yanquis de Nueva York.
Sería colega del señorito Bucky Dent, recibiría la maestría histórica del “coach” Yogi Berra, de Jim “Catfish” Hunter, del macizo Chris Chambliss, del “picadiente negro” Willie Randolph, del Graig Nettles, del “parna” Roy White, de Fred Stanley, del “rabietas” Piniella, de Bobby Murcer, de Ron Guidry, de Rich “Ganso” Gossage y, del inestimable, Mr. Reggie Jackson… Y volaría por los cielos de la “Gran Manzana”, con Thurman Munson, en su avioneta Cessna Citation…
Y, más temprano que tarde, yo también me estrellaría…
Por andar con la “güera”, que me quitaba lo caliente, llegué tarde al partido de béisbol y entré frío…
Un elevado corto al central, un podridito de mierda, y adiós a todas mis aspiraciones…
La entrepierna se me jodió, un dolor paralizante, abismo de todos los infiernos, me desgarró el músculo y me dejó peor que el Firulais, cojeando lastimeramente por la cuadra o sentadito y tristísimo en las tribunas, con la “güera” a un lado y algunos libros de Nietzsche -- que ya me hacía cosquillas --, viendo a los putos jugadores completos servirse con la cuchara grande, arrebatándome mi pase a la “Carpa Grande”…
De mala manera, la cara interna de la pierna derecha se me jodió, injusta y desconsiderada, con un dolor excesivo que me descalificaba el alma alegre de cualquier arranque, siendo incapaz de girar, fintar una amenaza, abrir el compás o dar un simple salto…
En mi regreso al campo, intentando recuperarme, corría, jadeante, de primera a segunda, pretendiendo llegar antes que “el último tren a Londres”; daba tres pasos y caía, caía al suelo, al maldito suelo, para revolcarme de dolor y tragar -- viciado de cal --, el polvo, el méndigo polvo calcino del campo de la “Termoeléctica” que doblegaba mi orgullo en lágrimas…
-- ¡Levántate y anda! -- me autoreclamaba, pero no había resurrección.
Nunca lo conseguí, jamás volví a ser el mismo.
La elegancia de mi estilo -- según críticos y detractores, entre ellos el admirado o envidioso del Cony --, único en el shorstop (por jugar siempre adentro y posibilitar la poética del “lance”) o en el center fielder (por jugar siempre en lo profundo y posibilitar la narrativa del “largo alcance”), se desbarrancó hacia la amargura y empecé a probar con sustancias cósmicas…
-- ¡Línea candente entre el parador en corto y tercera, que es atajada por un lance espectacular, un vuelo que-en-cá-ma-ra-len-ta se podría antojar como increíble...!
Y el locutor, muy atento, seguía en su noble elocución:
-- Batazo profundo, entre izquierdo y central, muy elevado, pinta para extra base, pero allá va el center fielder…, allá va…, allá va…, allá va…, allá va…, allá va…, salta contra la barda y… ¡a la Verga! -- Don Alfredo Marín Méndez-- ¡Con el guante al revés, logra quedarse maravillosamente con la esférica!
Ahora que, “culoatornillado” escribo ésto, el dolor viene como un elegante fantasma vestido de daga y se me encaja, ardiente y humillante, crispándome la remembranza, dejándome jugar cojo al recuerdo.
Ya no está el Firulais, con quien platicaba las cosas más importantes e íntimas de la vida (lo envenenaron, le encontré ya muerto en el césped de la casa de Ramona; lo acuné en mi pecho, le veía sus ojos cristalinos, ya sin luz -- nunca he visto ojos más sinceros en este mundo, y eso que tuve mujeres que se desvanecían jurándome amor eterno --, me levanté y me fui caminado con él en mis brazos, hacia el interior del monte, de nuestro llano de espigas… los vecinos estaban en sus puertas, veían mi dolor, pero el único que tomó un pala compungido y me siguió fue El Pedro, “alcohólico de los mil demonios”; los dos enterramos al Firulais en la loma más alta; él, “borracho de mierda” -- como decía la mala gente --, la única alma de Dios en ese momento crucial de mi existencia, me enseñó a rezarle a los perros muertos y fue el único que me dio la gratitud del pésame como un hombre bueno, poniendo su mano cálida y temblorosa sobre mi hombro). ¿La “güera”? Ella se cansó de cargar con el refugio de los muchos libros y mi amplia colección de cicatrices… y se casó; me dio su último beso inocente y se casó....
-- Firus, cuando nos vayamos a jugar bajo las luces de New York, tú me traerás el guante al entrar al campo, muy elegante, como el perro obediente que eres.
-- Guau-guau.
-- Sí, el guante que tiene escritos los poemas...

No hay comentarios:

Publicar un comentario