lunes, 17 de mayo de 2010

LO QUE PIENSO Y DIGO

LO QUE PIENSO Y DIGO
de las palabras que leo y escribo

Rael Salvador
rael_art@hotmail.com

“No hay ninguna lectura peligrosa. El mal no entra nunca por la inteligencia cuando el corazón está sano”.
Jacinto Benavente.
La vida calma, pacificada, noble, instruida, andante, fuente, rosa, nieve, trece; aquella a la que de la mano cerrada le descansa un diletante libro abierto.
Esa que tiempo tiene para entretener en sus ojos los destellos de la palabra, la alegre desordenación ordenada de este cúmulo joyario, el señorial palabrerío que, para despistar a Dios censor y al diablo permisible, letras se dicen, signos, grafos, jeros; letrerío rebeldón: romanticería para el gruñido y el gesto brusco y atrevido... A: faldeta abierta al sol; V: escote al pubis; doble OO: soberbias nalgas de nupcial blancura que, gozadoras y entronas, prefieren la clandestinidad a la boda por la travesura de ser ellas solas ante el amor.
Y dulce se les saborea con lágrimas, o con gusto salíceo también, como si de fresas o uvas, o asuntos de muslos se tratasen, para luego hacerlas suyas y por el mundo desparramarlas en semillas o pétalos por medio de los labios como si estas fuesen aeroplanos de cristalina mermelada o aves con alas de lechuga griega, o nubecillas de amarillo paso bombón: reflexiones de Shakespeare, nostalgias de Milton, reclamos de Dante, aciertos de Sade, Cabalgatas de Cervantes, renegaciones de Kazantzakis, espejismos de Borges, conspiraciones de Paz o placidencias de Arreola.
Resultado de vida, el abecedario encanta: cuenta, desvela, entusiasma, enciende, moja y enoja, canta. Hace de quien bien lo dice un Peter Pan (de James Matthew Barrie), un Tom Sawyer (de Mark Twain), un Holden Caulfield, en el Guardián en el Centeno (J. D. Salinger), un Meursault, en El extranjero (de Albert Camus), El viejo y el mar (de Ernest Hemingway), El principito (de Antoine de Saint-Exupéry), un José Arcadio Buendía, en Cien años de Soledad (de Gabriel García Márquez), un Harry Haller, en el El Lobo Estepario (de Hermann Hesse), la Señora Dalloway (de Virginia Woolf), una Lolita (de Vladimir Nabokov), un Josef K., en El Proceso (de Franz Kafka), por convocar sólo algunos fantasmas. Y de quien bien lo escucha: sus iguales o, para ir tirando ya, su discípulo múltiplo.
Emparenta, transfiere, reúne, incita: Comanda con los Comandos, lamenta con los lamentos, pendejea con los pendejos. Así el palabrerío; gran música de la voz, gran mística de la Musa: marcha de negras en la página en blanco del pirata Morgan.

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