domingo, 9 de mayo de 2010

ALMA MATER

ALMA MATER
Ahora sé cosas del destino que antes no sabía

Rael Salvador
rael_art@hotmail.com

Para Olivia (†), Elisa (†) y Reina, y todas las madres de mi vida…

“No se nace solamente del vientre de la madre, sino también cuando se toma conciencia”.
Facundo Cabral.
Me dejo latir en el corazón de todas las cosas -- en la caligrafía de sus cartas, en su fotografía, en lo divino de sus palabras y su gracia, en todo eso que me enseñó a ver, a leer y a querer -- y vuelvo a sentir, Madre, el dulce roce de su piedad y su mansedumbre...
Eso siento, fuego de nieve suave: la tersura de una llama de alivio, la mediación de Dios, su eterno pulsar nutricio… y aquella sed recién nacida en la piel, donde sólo la bondad de su mano, Madre, en su toque primero, hizo posible la belleza de este amor y la sensibilidad luminosa de poder acariciar el alma.
Entonces, sus palmas acunaron el calor de esa chispita de carne que fui y, con lágrimas doradas, usted dio gracias al Creador.
-- Bendito Seas, Señor… -- le oigo decir.
-- Bendito Seas, Señor… -- me escucho repetir.
Todo lo que danza, canta. Todo lo que gira cambia. Canta, gira y cambia. Similar a un torbellino iridiscente, el tiempo danza y su luminiscencia me retorna a su regazo:
Brisa de luz, su aliento... y mi frente, un cielo eterno.
Sonrisa de luz, sus labios... y mis labios vibrando su imagen como en un espejo.
Saliva de luz, su beso… Y mi beso, una flor que oprime sus pétalos en su pecho.
Hilo lácteo, platinado; brilló manso, ¡me lleno de vida, como si me guardara un ángel con su canto desde el lugar de donde vengo!
Buscando más colores, levanté mis párpados en su seno, Madre, y me encontré con sus ojos maravillosos… y, por el relámpago de miel de un instante, éstos me contaron el dulce misterio que amablemente me repetiría toda su corta existencia: “Hijo, muy adentrito de mí, cuando bajo el sol del patio soñabas la música de la vida, las aves se posaban con ternura en mi vientre: cantando y garabateando con sus patitas llenas de ceniza armoniosos signos desconocidos…”
¡Y nuestros días se llenaban de alegría!
Ahora sé cosas del destino que antes no sabía. Y esa felicidad así, así... llena ahora de luz la noche. Madre, no nos separa nunca la muerte, porque aun nos une el materialismo mágico de la palabra, extensión y sentimiento de todas las cosas que existieron, existen y existirán.
Sus manos cálidas, Madre, como las de un escultor de aguas, templaron el sueño de mi ser, y ahora la lluvia es mi hermana y sigo los pasos del río, el transcurso de nuestras lágrimas humanas, hasta donde la mar, con su reiterante coro de fulgor celeste, me llama.

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