domingo, 7 de febrero de 2010

DEL ORO ESPIRITUAL DEL LIBRO

DEL ORO ESPIRUTUAL DEL LIBRO
Gramática de la existencia

Rael Salvador
rael_art@hotmail.com

“Poeta es quien se quita el sombrero
ante un cerezo en flor”.
Tonino Guerra.

En el amoroso acto de leer, observo el noble horizonte del oro espiritual del vuelo... De espirales y veredas, de atajos entre nubes y senderos que, si los transito al pie de la letra, bien podrían llevarme a la recreación (a volverme a crear).
Sí, el libro tiene algo que decirme como su lector; yo, como lector, tengo también algo que decirle al libro...
Un libro es un buen amigo, un fiel compañero de mil batallas. Me divierte cuando es de ocurrencias, de chistes y bromea desenfadado sobre la existencia. Cuando es de terror, me espanta los pelos, entonces vienen los del “Departamento de Comprensión de Argumentos” y me salvan. La poesía me tranquiliza y me regala inconcebibles días de confeti, cenizas y diamantes.
La lectura alimenta mi espíritu y algo en ese “estar” en las letras hace que me sienta feliz. De a poco, pero siempre hacia adelante, enriquece mi vocabulario, porque aprendo palabras nuevas y rectifico mis desdominios, mi “ahí se va” con respecto a las “normas” ortográficas.
Lo que leo engrandece mi imaginación y me permite comentarios “circunspectos”, interesantísimos, cuando expongo conductas de “personajes” muy similares a los actos de la familia.
Un libro, mezclado con música clásica (Mozart, Beethoven, Brahms, Mahler, Stravinsky o lo que más te agrade, quizá un poco de Jazz o algo de New Age, qué sé yo) y viandas suculentas (acompañadas de un Yellow Tail, Shiraz, sí, el del pinche cangurito) en un espacio tapizado de cuadros y estantes repletos de flores o pequeñas esculturas, es siempre una buena oportunidad para compartir gratos momentos juntos; nos une a la vida y nos hace conocer más a los que nos rodean. Esto agrada y agranda, despierta los sentidos y nos hace más auténticos, humildes y compasivos. Al desatendernos de nosotros mismos, atendemos mejor a los demás. Eso hace la lectura, ofrece cordialidad. Sobre todo, porque leer es recordar (del latín re-cordis, volver a pasar por el corazón).
“Cuando un día pasa -- solía referir Bashevis Singer --, deja de existir. ¿Qué queda de él? Nada más que una historia. Si las historias no fueran contadas o los libros no fueran escritos, el hombre viviría como los animales: sin pasado ni futuro, en un presente ciego”.

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