lunes, 19 de abril de 2010

¡BANG! ¡BANG!

¡BANG! ¡BANG!
Ilíada y dale, algo sobre la crueldad de Aqueos y otros…

Rael Salvador
rael_art@hotmail.com

“Al hombre, el gusano rebelde”.
Nikos Kazantzaki.Cuando, no sin cierta pesadumbre, releo este obrita clásica, me dejo atrapar por el vórtice de las uñas del escalofrío y la sanguaza tibia.
Se trata de La Ilíada, del viejo y cuestionable reportero ciego, el maestro Homero, que en su lírica epopéyica griega narra la visceral carnicería entre Aqueos y Troyanos.
En las diarias confrontaciones -- Ruanda, Israel, Palestina, Irak, India, Afganistán, Rusia, Georgia, etc. -- que sin reparo nos ofrece la actualidad, podemos observar que las cosas no han cambiado mucho, quizá sólo la costumbre nos ha inoculado ya con su neutral cinismo.
Con esta suerte de espectadores que nos ofrece la geografía, el brillo del televisor modificará el cruento baño de sangre, de dolor y desolación, y todo lo relacionado con la “justa muerte guerrera” se tornará pasadero y quizá aceptable.
Décadas atrás, siendo un trotamundo, vagando por el centro del país, descansando mi nómada pluma poética en un cuartucho de alguna pensión anónima, veía con plácido arrobo un cartel donde se anunciaban los juegos olímpicos de invierno: Sarajevo 1984.
En aquel año, fructífero en lecturas y otras cosas bellas, jamás imaginé lo que vendría… Observo aun a las niñitas, vestidas con gruesos suéteres rosas y gorros verdes y guantes morados, sonriendo sus gracias con las mejillas encendidas de felicidad. Nada ofrecía señales, nada parecía alterar esa imagen de idilio yugoslavo.
Sí, era mi reprobable ingenuidad sobre el tema y el vacío que siempre se construye con la exaltación de una falsa paz de utilería, sujeta a los hilos flojos de una “democracia” que maquilla nuestra convivencia y da por hecho que nada pasa, que nada malo puede suceder, que no hay que temer por el odio, el abuso, el saqueo y la impunidad que afanosamente nos hemos dado a la tarea de sembrar.
En 1992, fuerzas serbias sitiaron Sarajevo e iniciaron una de las guerras civiles más cruentas del fin del Siglo XX: 200.000 muertos, millones de desplazados y emigrados y miles de mujeres violadas son algunas cifras de aquel drama.
Ahora los sobrevivientes de la guerra recuerdan los inviernos (ya no de las olimpiadas) sin agua, sin alimento ni luz y se preguntan por los tiempos dorados de la exYugoslavia comunista.
Hay un eco de disparos en la llamaban Avenida del Francotirador. En realidad era una de las tantas calles que servían de tiro al blanco humano durante aquella pesadilla que el mundo conoció como la Guerra de Bosnia o de los Balcanes.
Ahora, parada en esa avenida en la que pasan parsimoniosos los autos y tranvías, Sanja, una maestra croata de 30 años, piensa en el día en que los serbios sitiaron la ciudad. Señala las montañas -- ahora tranquilas y luminosas que rodean Sarajevo -- y dice: “Por ahí vimos aparecer la bocas de los tanques, los morteros y los cañones antiaéreos: 800 en total. Desde aquel momento sólo llovió fuego”.
El sitio comenzó en abril de 1992. La peculiar disposición de los Balcanes permitió eso: que la ciudad quedara expuesta, sin la menor protección, al campo visual de francotiradores y soldados enviados por el carnicero Slodoban Milosevic.
Aún hoy, con el 80% de la ciudad reconstruida con la ayuda internacional, las cicatrices de la peor guerra civil de fines del siglo XX se ven por todas partes. En el viejo mercado de frutas y verduras, por ejemplo, donde un misil serbio mató a 57 bosnios en 1994, un inmenso mural rojo, con cada uno de los nombres, pide: “Reza por ellos y no dejes de contar a otras gentes lo que pasó en Sarajevo”. O lo que era el Comité Central socialista del que sólo queda un enorme esqueleto incendiado. O la biblioteca de estilo morisco, con su estructura intacta pero devorada por el fuego en su interior por lo que se han perdido para siempre documentos antiguos, libros, testamentos: un daño cultural irreparable.
Por el sitio, los bosnios no tenían agua ni luz, no recibían alimentos ni medicinas. Fueron cuatro años de frío, hambre y padecimientos.
Sin duda, los francotiradores eran la peor pesadilla. “Había gente haciendo cola para cruzar un espacio abierto. Cuando era tu turno no podías dudar. Cuanto más esperabas más preparado se encontrará el francotirador.
“Uno además quiere separarse del miedo que transpira esa multitud que espera. Corre, corres... El miedo es como una bola de acero que te muele las tripas. La sangre te palpita en las sienes. Los ojos apenas ven un par de metros adelante. El silbido de las balas te sigue detrás. Y cuando llegas al otro lado la oleada de adrenalina es tan intensa que se ve todo con extrema claridad pero no se entiende nada”, describe el gran escritor bosnio Aleksandar Hemon en La cuestión de Bruno, uno de los mejores libros sobre la moderna tragedia de la guerra.
Pero aun con sus cicatrices, la exYugoslavia sigue siendo una ciudad llena de vida. Entre los jóvenes, diez años después de terminada la guerra civil, sucede un fenómeno curioso: en toda la ex Yugoslavia crece la admiración por Tito. Muchachos y jovencitas ponen, en sus celulares, himnos guerrilleros como “ringtones”, e instalan fotos del líder en la pantalla de las computadoras y tienen hasta un lugar para su veneración: el supermoderno Café Tito de Sarajevo.
Jóvenes empresarios levantaron a orillas del río este santuario laico donde, entre ginebras y café, viejos partisanos relatan, por pedido de los jóvenes, historias de la liberación de Yugoslavia y de la era socialista cuando el desempleo era del 2% y había educación y seguro médico para todos...
Entre lo que se cuenta, siempre está el eco de los disparos en la llamaban Avenida del Francotirador: ¡Bang! ¡Bang!

1 comentario:

  1. Bueno el artículo y espectacular la referencia del volcamiento de la juventud al recuerdo del gran Mariscal Tito. Es que no se concibe que los ríos, tarde o temprano,no vuelvan a sus viejos cauces. Es de esperar que algún día se restituya la unidad y fraternidad de los pueblos eslavos y veamos el resurgimiento de una nueva Yugoslavia, anhelo de jóvenes y viejos que lo dikeron todo para tener una patria común.

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