miércoles, 31 de marzo de 2010

LAVATORIO DE LUZ

LAVATORIO DE LUZ
Cuando el miedo termina la división cesa

Rael Salvador
rael_art@hotmail.com

“Pero no basta con conocer la posibilidad; es preciso amarla”.
Simone Weil.
Pocos saben que vienen de Dios y a Dios vuelven. No es una cuestión de interpretar qué es Dios. Ni de creer ni de negar, aunque se pueda negar y se pueda creer. Cuando el miedo termina, la división cesa y la comprensión -- esa especie de amor que nos serena -- lo abarca todo.
La lección Crística abunda en ejemplos, porque es una lección humana. Sometidos a la “ensoñación” de las diferencias -- apoyados por la manipulación del “mito” --, negamos la realidad del otro e iniciamos el agravio psicológico para mantener la tortura de la guerra entre los hombres.
Cuando sabemos, como Jesús, que el Padre -- ojo: más allá de la geografía religiosa, la rectoría cósmica -- ha puesto todo en nuestras manos, levantémonos de la Cena de vivir, quitémonos el manto ideológico, tomemos una toalla y lavémosle los pies a los discípulos -- hijos, mujer, parientes, amantes, amigos y enemigos --, acariciándoles, a la vez que secándoles las extremidades con la toalla de la comprensión y la compensación.
Jesús lo sabe y ejemplifica con la humildad de sus actos.
--Señor, ¿lavarme los pies tú a mí? -- reclama Simón Pedro.
--Lo que yo hago tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde -- responde.
Pedro ataja:
-- Jamás permitiré que me laves los pies, Maestro.
--Si no te lavo -- le mira a los ojos y continúa --, no tienes nada que ver conmigo.
Simón Pedro, bromeando ante la facha de Pedro:
--Señor, no sólo los pies, sino también lávale las manos y la cabezota.
Y Jesús responde:
--Se han bañado en amor conmigo, no necesitan lavarse más que los pies, porque todo en ustedes ha sido purificado.
Así, la bondad le hace pensar: “Aun mi amado Judas, que me ha de traicionar, es puro de obediencia”.
Después que Jesús hubo terminado, toma de nuevo su manto y lo alisa entre la tibieza de sus manos, después los mira uno a uno, diciéndoles:
--¿Comprenden lo que acabo de realizar? Ustedes que siempre me llaman “el Maestro”, “el Señor”, hacen bien dirigirse a mí de esa manera, porque no soy otro. Y si yo, “el Maestro” y “el Señor”, les he lavado humildemente los pies, ustedes también deben lavarse unos a otros. El amor existe primero como una semilla de sueño, para luego crecer y convertirse en acto de amor, fraternidad y misericordia.

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