Sobre la felicidad de no ser santo
Rael Salvador
rael_art@hotmail.com
“La música es un alma inaugurando una forma”.
C.D. Fegtman.

En lo personal, prefiero escuchar la música en el deleitoso Plano Sensual, lugar donde tienen las emociones su refugio de miel adiamantada y en donde con delectación me digo a mí mismo: Actúa de tal modo que seas digno de escuchar a Mozart... ¡Por Dios, digno de escuchar a Wolfgang Amadeus Mozart!
Hay cosas en la vida que toman mi lugar (el sonido del violín, por ejemplo) y me sacuden, como por descuido, las secas lágrimas del vagabundo espíritu que me habita. El violín, remueve la existencia de las cosas otorgándole un brillo de gracia, muy parecido a la felicidad extrema.
Que daría, bajo estos locos cielos de fetichismo contaminado, mentiras promocionadas y egoísmo puro, por escuchar la divina gracia trágica de La Muerte y la Doncella del inigualable Shubert... Ser el Lakatos trastornado en el violín y poder esgrimir las fuerzas del acto musical con la furia de una espada incontenible y partir las desgracias en mil pedazos y compartirlas como panes de luz a los hambrientos del mal y sus condenas...
No, la vida no me ha dado esa gracia: Roby Lakatos es uno y se pasea con sus enormes 114 kilos por la nieve primaveral de París, dejando su lánguida estela de genialidad...
Lo que me ha dado la vida es el temperamento para poder apreciarlo y reconocerlo, como hoy indiscutiblemente reconozco la gracia de la música en la embriaguez cósmica de Mozart y Shubert… La indiscutible felicidad de no ser santo y obtener el oro del orgasmo místico.
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