sábado, 27 de marzo de 2010

NO TENGO UNA BONITA HISTORIA QUE CONTAR

NO TENGO UNA BONITA HISTORIA QUE CONTAR

Rael Salvador
rael_art@hotmail.com

“El Kayak mentolado reduce la erección”.
A. Lobo Antunes.
I
QUIZÁ EL VIENTO
No tengo una bonita historia que contar.
Si tuviera alguna, la contaría.
Es de noche y, como curioso pez en el océano, estoy de boca al cielo observando los astros que el viento mueve.
Ya casi no tengo cosas, ni historias ni nada…
Y, si alguna vez algo tuve, la vergüenza también desapareció.
Quizá, a estas horas de mi vida, el viento sea un espejismo, y lo que digo que se mueve, sólo sea el concepto de algo que el anhelo de mis ojos traslada...
II
QUIZÁ EL BRILLO
No tengo una bonita historia que contar.
Si la tuviera, no estaría aquí tratando de exprimir del seno de la oscuridad un chorro de brillo, una cadena de galaxias… adornada ésta de luciérnagas oriverdes, diamantes de chafería y estampitas de sol.
Quizá, si supiésemos mirar, las buenas historias se contarían solas, sin la necedad obstinada de que surjan desde la tinta funeraria de un escriba o un socorrista académico de la palabra…
III
QUIZÁ LAS ALAS
No tengo una buena historia que contar.
El lago de la oscuridad asoma sus calamares de plata psicodélica y la luna es sólo una burbuja que se atraganta en la mirada.
Mi triciclo rojo debió tener alas; si mal no recuerdo, un Pegaso blanco anunciaba el traslado a la gloria con una larga cara comercial.
Sí, volar por la carretera láctea, por la sedada senda soñada, por esa pedrería de cristal azucarado que, con diván y sin empacho, Sigmund Freud convirtió en la condensación erótica de una jugosa soltería disfrazada…
Quizá nunca fui un crío, un cachorro de crianza; y en el riguroso cine de la existencia, sólo mostré el alma como una credencial falsa.
La identificación verdadera… ¿la materna o la paterna? ¡Vaya usted a saber!
IV
QUIZÁ LA RESPUESTA
No tengo una bonita o buena historia que contar.
Mira, aquí hasta los perros han de reír, porque todavía traigo las botas filosóficas, el “livais” de todos estos años desteñidos y el dolor insumiso de las cartas manuscritas por nuestro incendio inútil, como esa ruleta en donde todo se apuesta y no existe ni el menor intento de respuesta…
Si tuviera una historia, aunque no fuera bonita, la contaría.
Pero no tengo ninguna.
Y, si alguna vez algo tuve, también desapareciste.
Quizá, como me lo dice el Hombre del Tercer Ojo: “Sucede que ya no tienes edad para estas cosas. En igual de 'enviejar', sólo estás envejeciendo ”.
Será cierto, como afirma el lusitano Antunes, que el Kayak mentolado reduce el peligro de erección…
V
QUIZÁ NO EL ESCRITOR
No tengo una bonita historia que contar, bien lo sé.
Los libros se me amontonan en la conciencia y un fuego frío anuda su corbata con los cuatro tréboles de la orquesta… Focas resplandecientes, plátanos con mantequilla, aniquiladores con florecitas, discípulos del dorso, camisas castradas y eucaliptos escupiendo su miel homicida en la memoria…
Quizá no soy un escritor, uno de ésos que en el discurso las emociones le empeñaron la sonrisa tártara y ahora sólo trazo un restringido mapa de camaleones en oferta.
Quizá no soy un escritor, uno de ésos que la mancuerna del paralelo desalentó en lluvia de faraones y ahora sólo escudriño el limo de la realidad como una atmósfera expansiva.
Quizá no soy un escritor, uno de ésos que recapitulan una desordenada marcha de alfileres en la mirada y ahora sólo determino los cristales de espuma como una ofrenda de ron a las cucarachas…
No lo sé, la palabra es una idea que se retuerce en el cadalso de cada lengua, babeando el sólido exterminio de sí misma.
VI
QUIZÁ LA HISTORIA
No poseo el talento necesario para contar una historia.
Y quisiera tener una bonita historia que contar, donde nunca fueras decente, donde hicieses un choza de pantaletas multicolores y dejases penetrar al sol con la indiferencia de un salmo desheredado…
Una lugar donde el naufragio de las intenciones pusiesen en venta sus olas de fuego y un macabro oropel de dedos tamborileara sus pies en las migas sangradas de tus angelicales senos nupciales…
Caníbales en vainilla, camareros rectilíneos, como sopa aguada, cantando camarones al cielo de tu pelo encubierto y tú: “Siempre te amaré”.
Tribu de pétalos, tejiendo con su aroma silencioso el ritual que acomoda el perdido tornillo del beso en el pezón del nacimiento y tú: “Nunca te dejaré”, “te querré toda la vida”, “jamás te olvidaré”.
(Esas cosas que la mujer dice para encarcelar la viscosidad del cuerpo y poder soltar a pastar el alma).
Sacerdote de las heridas, una mandarina rellena de confeti y la vida navegando en los brillos epilépticos del mosaico.. Siempre demarcaré mi último paso, para permitir que el tiempo termine de una vez con todo el tiempo.
Como incinerado por Hacienda, ya casi no tengo cosas, ni historias ni nada…
Y, si alguna vez algo tuve, tú ya nos estás. Y la vergüenza también desapareció.

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