lunes, 19 de julio de 2010

TERRORISMO DE ESTADO

¿Por qué la realidad no tiene nombre propio?

Rael Salvador
rael_art@hotmail.com

“Ahora somos un Imperio, y cuando actuamos creamos nuestra propia realidad”.
Un hijo de Bush. Los comunicadores, acariciados por el lomo y cantando loas al cielo de tener un empleo, colocan con la tinta de sus plumas los cortinajes de humo.
La información se maquila, se manipula, se tergiversa, ofreciéndole otro significación al lenguaje, otra cara al sol de la realidad.
Empañando con el lodo de la conveniencia, la Ventana del Periodismo muestra su gesto fingido, favoreciendo sólo a aquellos que no les conviene que la realidad tenga un nombre propio.
¿A quién le resulta gratificante que la Guerrilla sea confundida con el Terrorismo?
Así como el vendedor de abrigos necesita el invierno para poder vender, los Centros de Información -- que cuando no son comandados por el Terrorismo de Estado lo son por las Grandes Firmas Financieras -- necesitan apuñalar otro nombre y otro significado en el lomo de la “Guerrilla” -- o, si se prefiere, la contrainsurgencia popular --, para poder así desmenuzarla y mantener sus intereses, casi siempre capitales, cuando no religiosos o ideológicos.
Sí, a esos mismos que ayer llamaron al miedo prudencia, “democracia” a las elecciones y que inventaron la palabra “caridad” y repartieron los pellejos del pan que habían escondido y acumulado…
¿Cómo se logra eso? Lo sabes.
Sí, esos mismos que provocan las “Diferencias de Clase” y no admiten los atributos políticos de lo “conciliable”, para poder vender así sus Juguetes de Guerra e intriga.
¿No vienen de las fábricas americanas las armas con las que se está aniquilando la Humanidad?
Sí, esos mismos que, a través de los Grandes Titulares de los Diarios, contribuyen a la putrefacción del mundo, sin olvidarme de sus comentaristas que, por lo que podemos leer y en muchos casos descifrar, sólo sacuden frenéticamente la punta de sus alma dejando gotitas de tinta que marcan su territorio como un paraíso cuestionable…
¿O qué creías?

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