jueves, 22 de julio de 2010

LA CANCIÓN DE LA TARDE

La existencia es la lectura de un libro vivo

Rael Salvador
rael_art@hotmail.com

“En general, lo que no tenemos delante de los ojos es más real que lo que vemos”.
Peter Kingsley.
La música que más me gusta es el sonido de la tarde.
Los gritos de los muchachos que apresuran el juego porque el sol se ocultará; los pájaros, mis amadísimos pájaros del crepúsculo, que ya afinan desde este momento el canto de mañana; el viento que hace murmurar las hojas de los árboles, esos que los griegos entendían dotados de un alma como los sueños; la alegría manifiesta de las niñas que observan en la despedida del azul el fulgor lácteo de las primeras estrellas; incluso los autos, que llevan una orquesta de sonidos -- voces del motor, tintineos de bielas, melodías de un último suspiro -- a la felicidad del descanso.
En este orgasmo místico tiembla de felicidad la vida…
Entonces, ¿cómo no creer en la purificación del sexo? Sobre todo cuando el amor dilata los instantes en eternidad.
La existencia es la lectura de este libro vivo que se manifiesta en frases tan simples como bellas, tan sencillas como sabias.
Hay quienes vinculan la ausencia de dinero con la ancianidad, vejez con falta de solvencia, porque creen que con él no cambiarán, y luego confunden la salud con la juventud. ¡Diablos, qué pobreza!
Abrir los sentidos es recuperar la naturaleza original.
Existe un termino hindú que, en pocas palabras, describe amablemente la línea anterior. Se trata de Shaktipat, que es despertar el impulso y la energía espiritual a través de una mirada, un gesto, una palabra…
Se parece al darsán, palabra hindi, que se le concede en la India un modo especial al acto de ver. Cuando el mahatma Gandhi atravesó la India en tren, millares de personas se agolpaban junto a las vías para vislumbrar su imagen, considerada sagrada. Estaban tomando su darsán.
Según los hindúes, la divinidad, el espíritu, el lugar o la imagen sagrados “ofrecen darsán” y la gente “toma darsán”, fenómeno que no tiene equivalente en ninguna religión occidental. Pero que afortunadamente el Arte nos la brinda en la contemplación y su estremecida belleza.
Y, ya en la sombra húmeda y dulce de la noche, que el riachuelo de vino en mi memoria entone una luz que sólo pueda verse en el oído interior: Mozart, de dorado, y el gran Beethoven, de plata oscura.

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