viernes, 23 de julio de 2010

AQUELLOS TROYANOS

Por una túnica deshabitada, por una Helena

Rael Salvador
rael_art@hotmail.com

“Y las olas del goce se rompían contra las rocas del dolor sin fin”.
Novalis.
Ayer por la noche me aventé Troya (la heroica película de Wolfgang Petersen, 2004).
Mientras me deleitaba con la belleza pecaminosa de Helena, interpretada por Diana Kruger (amante mía desde la cinta La Copista de Beethoven), no dejaba de acariciar en el recuerdo los maravillosos versos del gran poeta griego Giorgos Seferis: “…Tanto trabajo y tanta vida / despeñáronse al abismo / por una túnica deshabitada, por una Helena”.
Basada la cinta en los versos de Homero, es decir en una refrendada sonoridad del tiempo -- y no en Homero Simpson, como muchos podrían creer --, la película rescata videncias poderosas en las figuras míticas de Aquiles (Brad Pitt) y Héctor (Eric Bana), guerreando sanguinariamente por el honor de sus ciudades y sus dioses.
El personaje de Homero, nombre que en la lengua de Cima de Eolia significa “ciego”, carece de fundamento histórico al no existir datos precisos y confiables que testifiquen su existencia: “Heródoto, Padre de la Historia, dejó escrito que Homero había vivido cuatro siglos antes que él -- nos dice Luis Santullano, en su bello prólogo a la Ilíada y la Odisea, en su clásica versión española --, lo que nos llevaría a situar la existencia del poeta en el siglo primero antes que Cristo; pero otras referencias dicen que escribió algunos de sus poemas en el siglo IX anterior a la era cristiana y en un puerto del Asia Menor, quizás Mileto, dejando allí, y más tarde en la Isla de Quíos, discípulos continuadores de su obra, los homéridas, que de algún modo intervinieron en la composición de los dos poemas, hoy admirados por el mundo entero”.
Se dice también que el pretendido autor -- de dar por cierta su existencia--, en su “cantar de ciegos” (ir de pueblo en pueblo ganándose la vida cantando y vociferando rapsodias admirables) fue recogiendo y recomponiendo el mito griego, ubicándolo admirablemente en el registro literario de la época. La Odisea, narrada con una sensibilidad extrema, es un bestiario de latitudes cósmicas, donde la fantasía toma los límites de lo onírico y lo planta con humana injerencia en la lúbrica realidad terrestre.
La Ilíada, como ya decía, es la visceral carnicería entre Aqueos y Troyanos, matizada de celosías divinas.
Solía agradecer la sabiduría del escritor galo Anatole France: “Sé ahora lo que debo a los Griegos, a quienes yo quisiera deber aún más, pues de ellos nos viene cuanto fundamentalmente conocemos del universo y el hombre”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario