miércoles, 11 de agosto de 2010

TRATADO SOBRE LAS OLAS

El naufragar me es dulce en este mar…

Rael Salvador
rael_art@hotmail.com

“E il naufragar m’é dolce in questo mare”.
Leopardi.
I
Siendo un niño, Orlando Siri se despojó de los zapatos y corrió sobre la arena caliente hacia la espuma que tejía en la orilla el gran azul.
Se paró, jadeante, con lo ojos como plato, frente a la inmensidad viva que le había platicado su padre.
Por más que lo intentó, no pudo contener sus ganas crecientes de hundirse en la frescura que le anunciaba el reiterante vaivén de los brillos.
Y, así como así, primero la punta del dedo -- disolviendo la arena --, luego el pie entero, más adelante la cintura, pasito a pasito, se dejó llevar…
Cuando lo rescataron, estilando entre las algas, platicó emocionado que las sirenas le acariciaban el cuerpo, en plenitud de ánimos, entre sonrisas, burbujas y palabras que no entendía.
II
Orlando salió del prestigiado Conservatorio de la ciudad, contando apenas con 22 años. Conservó su característica delgadez que, melancólica y transparente, se dejaba ver entre la sombra de los árboles acompañada por una prominente carrera de compositor.
Habían quedado atrás los días de su infancia y ahora cargaba con un portafolio repleto de partituras emborronadas.
-- Jamás olvido esas horas de gracia, por un momento trágicas, de aquella playa -- me comentaba, cuando ocasionalmente pasaba a saludarlo en el Bar Egeo, su lugar de lectura, cavilación y descanso.
Y se preguntaba, volteando los ojos hacia el techo, recordando la luz de las olas sobre su cabeza, si todavía le quedaría alguna lágrima de aquellas aguas.
III
Tenía prohibidísimo bajar a la mar…
“La mar hipnotiza a los débiles de espíritu”, le había increpado repetidas veces, después de aquella irresponsabilidad temprana, la cólera de su padre.
-- El mar hipnotiza a los débiles de espíritu -- vociferaba impetuoso ante mí, con su trago agitado por la batuta de su mano --. Se los traga a las profundidades de su vientre y sólo los devuelve días después con la cara comida por los peces. ¡Salud!
-- Salud…
Pero él sabía que no era cierto.
Paso los tardes parado frente a la inmensidad del azul, el reiterante vaivén de los brillos no parece tener fin y de su cuerpo aun nada.

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