viernes, 13 de agosto de 2010

FACUNDO CABRAL

Consejos de un discípulo de Jesús a un fanático de Morrison

Rael Salvador
rael_art@hotmail.com

“Los libros han ganado más batallas que las armas”.
Argensola. Vengo, junto con Facundo Cabral, de los años 60’s, brillante época que nos obsequió la música, la rebelión del Che y la minifalda, motivos esenciales que le cambiaron el rostro al mundo.
Nos conocimos en los 70’s, cuando las dictaduras del Norte sofocaban la libertades del Sur, mientras la censura remozaba muros en el Este, para que los injustos revólveres del Oeste mordieran el polvo en todas partes, desde Turquía a Chile, desde Vietnam a Uruguay, merecidamente.
Años en que el Kon-Tike, auténtico comedor en la bahía de Ensenada, hacía crujir sus amarras al vuelo desbalagado de las gaviotas, y la Cantina Hussong’s, siempre de Noches Tapatías, no le hacía falta su Juan José Arreola ni su Octavio Paz.
Tiempo en que Jim Morrison, con Blanquita y los Láser, recorría la ciudad, y Luis Pavía, salido de la Era de Aquarius, nos ofrecía clases en versos y flores, en la Escuela Normal.
Pero fue en los 80’s, en medio de la Perestroika y el revuelo de la plaza de Tien An Men, con la partida de Juan Rulfo al Páramo estelar y un Henry Miller siempre presente, cuando iniciamos nuestras conversaciones de invierno.
Facundo, de mezclilla y con la guitarra a cuestas, un Ciudadano Universal, hablando de un Borges irrecuperable y de la democracia recuperada (en Argentina); yo, celebrando lecturas, atendiendo la libertad de Zarathustra, la esperanzadora tristeza de un Ernesto Sábato alegre y comprendiendo los juegos verbales de Cioran y de Cortázar.
Hablamos de la literatura que amamos y que nos abrasó en un incendio intelectual, lo cual nos ayudó a sacar muchas cosas del misterio, la oscuridad y la indiferencia; nos repetimos las mejores imágenes del cine, desde Fellini a Kurosawa, desde Alexis Zorba el Griego hasta la belleza de Sylvia Kristel, erótica inocente de una inolvidable Emmanuel.
En ese ir y venir de citas y títulos inolvidables, le pregunté sobre los Versos Satánicos, novela donde empeñó la cabeza Salman Rushdie, y no enfrascamos, miradas enjutas, almas en la felicidad del diálogo verdadero, un par de horas con la Última Tentación de Cristo…
Discutimos, sí. De frente, con la versatilidad del esteta y la sensibilidad pausada de quien ha navegado desiertos, mares y ciudades bajo todas las estrellas. ¿Quién lo ha visto todo para contarlo todo? Y entonces venía la bondadosa arrogancia de citar a Jorge Luis Borges: “No lo sé todo, pero sí casi todo” (siendo lector de Borges, Facundo se permitió pulir “Paraíso a la Deriva”, su libro de memorias, con la sabia estilística del Maestro, privilegio de algunos, admiración de todos).
Los conciertos no podían iniciar sin la presencia de Cabral, pero los asuntos se nos encumbraban por nuestro acentuado rigor poético, los viajes realizados, las similitudes, la apreciación religiosa fuera de las reverencias, la belleza del vergel terrestre y las mujeres, siempre extremadamente expectantes, al lado de los fotógrafos (Enrique Botello, Héctor García Mejía y Enrique Fuentes) que siempre me acompañaron al camerino… Todo eso nos llevaba de nueva cuenta, porque todo es circular, a Nikos Kazantzakis y a “Zorba el Buda”, Osho -- “Mi alma gemela”, solía repetir -- pasando por los Gnósticos y los Presocráticos, entre las cumbres del Tíbet y las profundidades del Ganges, hasta arribar a la sonrisa de un Jesucristo descansadamente certero, semblante muy similar al que se dibuja en el mundo Zen, ya que nuestro mejor exponente espiritual fue siempre el “Coloso” de Brooklyn (N.Y.), Henry Miller, el golfo de nuestras vidas.

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