lunes, 23 de agosto de 2010

DIARIO DE CLASE I

Las cosas sencillas de la Escuela

Rael Salvador
rael_art@hotmail.com

“Tenemos que soportar nuestra propia e inevitable naturaleza y ver en ella lo mejor de si misma”.
Alois Prinz.Abrir los ojos es, la más de las veces, encontrarse con la luz del sol. Eso nos sucede, regularmente a los profesores, en el periodo vacacional.
Pero cuando se regresa a clases, hay que levantar los párpados en lo recóndito de una oscuridad fresca y silenciosa, aderezada con una serie de ladridos o una pareja de gatos escandalosos husmeando en el gourmet de la basura o algún gallo insomne afinando su canto inquieto con alma de relojero.
Un poquito más adelante, uno también se orquestará con los ruidos del arreglo y la prisa, del “salte ya de la regadera” y el “dónde quedó mi camisa del uniforme”, de los miles de hijas e hijos que se alistan, a esas horas del “levante”, para llegar a tiempo a la secundaria, la preparatoria o la universidad.
En estos días previos, uno ha querido dejar auto listo -- cosa que requiere más de dinero que de tiempo --, la alacena preparada para madrugarla en asaltos cotidianos, la planificación resuelta y la bibliografía requerida, siempre a la vista -- sobre todo Alain y Manguel, Galeano y Fullat --, no vaya a ser que un tema quiera sorprendernos desde las sombras.
Ya en el camino, el verde del campo se impone en la carretera que me lleva hacia la Hermana República de Maneadero, pues voy a las escuelas de la zona rural donde laboro.
El paisaje es hermoso; sus brillos de agua, que imitan minúsculos relámpagos etéreos, se acompasan con la melodía que escucho en el resplandor dulce de esta mañana: “Ludate Pueri Dominun”, del maestro Vivaldi.
Me es grato aparecer temprano por la escuela, me regala la oportunidad de verla poblarse de alumnos de primaria y padres de familia, quienes en este primer día de clases les sobra entusiasmo por dejar a sus hijos en manos de la Educación…
Viendo todo esto, pienso que en las cosas sencillas de la escuela hay que gozar de la sabiduría del instante, sin dejar de sentir la plenitud del todo, y enmarcar lo más posible dichos privilegios en el carácter del aula -- encendiendo la moderación de la música clásica, activando la biblioteca o decorándola ya sea con un poco de nuestro buen humor e inteligencia, etc. --, para ofrendarla así, bondadosamente, en los chicos de la clase.

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